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Nota científica de la Dra. Julia Mayo contextualizando la importancia del descubrimiento de la tumba T9 en El Caño.

 

La complejidad de la liturgia ritual, la bien estructurada organización del espacio funerario, y la presencia de ricas tumbas de infantes junto a las de los adultos, indican que El Caño, región cultural Gran Coclé (750-1000 CE), en la actual República de Panamá, fue una necrópolis de uno de los pequeños reinos de la Región Istmo-Colombiana, probablemente de estirpe chibcha, cuyos gobernantes regían una sociedad compleja con grandes desigualdades sociales.

 

El señor de la tumba T9, recientemente descubierta, a quien los arqueólogos llaman, el Señor de las Flautas, es un varón adulto de entre 30 y 40 años, quien parece más un líder religioso que un jefe militar al haber sido enterrado con flautas y cascabeles y no, como en el caso de otros señores de este mismo lugar, con hachas, lanzas y objetos elaborados con dientes de grandes depredadores. Esto llama la atención hacia la importancia de la religión en esta sociedad.

 

 

 

 

El Caño fue escenario de fastuosos funerales con una compleja liturgia que incluía el sacrificio humano, y que tenían como fin último la sacralización del lugar y la construcción y culto de ancestros.  

 

El concepto “ancestro” se refiere a personas importantes de una sociedad que, una vez fallecidas, son recordadas y veneradas por haber hecho cosas importantes, valoradas positivamente por la sociedad y consideradas por sus descendientes como fuente de derecho y/o identidad.

 

Tras la muerte de estas personas se establece una comunicación constante entre el ancestro y sus descendientes lo que coloca a estos últimos en una posición privilegiada con respecto al resto de la sociedad y les otorga el control del territorio. 

 

 

 

 

Según avanzan las investigaciones arqueológicas, excavaciones y estudio de materiales, en la necrópolis de El Caño, parece quedar más evidente que, la veneración y conmemoración de los ancestros fue un aspecto central de las creencias religiosas en El Caño, pudiéndose trazar ciertas analogías con los patrones de los ritos de veneración a los ancestros observados en el área maya y andina.

 

En los Llanos de Coclé, entre los siglos 750 y 1100 A.D., algunas familias se apropiaron de la lógica conceptual y de la práctica ritual de la veneración de los antepasados, que en un principio solo eran actos domésticos, con la intención de reclamar el territorio y controlar las tierras agrícolas más productivas, para lo cual construyeron al menos dos necrópolis a ambas orillas de Río Grande, Sitio Conte y El Caño.

 

 

 

 


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